Por el Niño de la Cotorra.
No hace mucho, Paco Moyano, lo que se dice un hombre tranquilo a la vez que una de las personas más entendidas del pueblo en lo que respecta al flamenco o el jazz, tuvo que pasar el trago de entrevistar en la televisión local a Óscar Horacio, ése que, por no decir nada hiriente de momento, también tuvo su propio programa en dicho medio. Ante la cara de estupor de Moyano, el hombre explicaba los pormenores de su llegada a Marbella, a la par que Gil y el aluvión de caspa y podredumbre que le acompañó.
Así, señaló que se encontraba en su Argentina natal escribiendo un libro cuando, como en una película de agentes secretos, sonó el teléfono, lo descolgó y alguien le dijo “Óscar Horacio, acá la cosa está muy mal, vente que Marbella te necesita”. Y claro, ni corto ni perezoso, él cogió sus trastos y se plantó aquí. Lo mismo que pasó con A. Santisteban, A. Caparrós, F. Campuzano y todo un elenco más propio de ocupar su sitio en El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder que de tenerlo en la televisión local y, por ende, en nuestras propias vidas y en el presupuesto de Marbella. Toda esta gente comparte el rasgo de haber pertenecido a un tiempo que afortunadamente pasó, aunque esta circunstancia parece que en el pueblo aún no se da.
De este modo, es evidente que muchos de ellos todavía siguen avergonzando a Marbella con su sola presencia, como alguien le soltó un día al ex concejal Lendínez (creo que actualmente sigue huido) al verlo en un bar antes de que llegara la operación Malaya. Y participando en sus medios, en este caso gracias a la dirección de la televisión municipal, de la que naturalmente se encarga el equipo de gobierno. Volviendo a Óscar Horacio, resulta que visitaba las instalaciones de Radio Televisión Marbella para presentar una película en la que retrata “su Marbella” en compañía de sujetos como Kristina Szekely, la siniestra presidenta del Rotary Club Marbella y otros por el estilo.
Feliz, comentaba que había sido toda una experiencia la de grabar junto a sus amigos un documento visual que fue presentado por todo lo alto que se puede imaginar en el cine de Puerto Banús y que esperaba ayudara a superar la crisis de alguna manera. Incluso llegó a manifestar que no descartaba hacer una serie, no sabemos si con apoyo institucional. El caso es que, mientras uno contempla esperpentos como éste, recuerda que cualquiera, de Marbella o adoptado por ella, que haya querido destacar de alguna manera en algún campo se ha visto obligado a largarse, aunque ahora lo reciban con trompetas una vez alcanzado el merecido reconocimiento a su trabajo.
Esta circunstancia no tiene pinta de variar, al menos por parte de las autoridades, aunque la palabra cambio sea una constante en sus falsas bocas. No obstante, quedan cosas que sí están en nuestra mano, y que quizá haya llegado el momento –si no lo fue siempre- de hacer. Una suerte de resistencia pacífica a la caspa, al vacío, al robo de lo que es nuestro. Y ejemplos no faltan. Uno de ellos lo constituye nuestro ilustre y televisivo ex alcalde, Julián Muñoz, al que el trabajo en un chiringuito ha facilitado su situación actual. Pero no es el único que obtiene beneficios de esta forma: se dice, y seguramente sea cierto, que las visitas al establecimiento han aumentado nada más por verle la cara. Que, también se cuenta por ahí, le cambió bastante cuando alguien de Hacienda, ante su pregunta, le dijo que sí, que naturalmente tendría que esperar la enorme cola para que lo atendieran.
No cuesta nada poner mala cara cuando uno se cruza con alguien así donde sea. Tampoco dejar de ir a los bares, restaurantes y negocios que frecuentan o regentan, que los hay a patadas. Que se sepa, estas cosas no son delito, y hay que evitar, naturalmente, caer en él. No por respeto a una ley que no está hecha para nosotros y que sólo nos tiene en cuenta a la hora de pagar, sino porque nuestra integridad vale más que todos esos juntos. Quizá así nos fuera mejor y nuestra consideración y calidad de vida mejorara un poco. Cuestión de ponerse.